lunes, 8 de junio de 2009

Homenaje a Haroldo Conti

Hemos recibido comentarios de un film a estrenarse, llamado Homo Viator, sobre la vida y arbitraria muerte (si es que la muerte puede ser antes de tiempo y en lugar incorrecto) del querido amigo Haroldo Conti, con el que compartí, siendo demasiado joven como para valorarlos, una mesa del Tortoni con otros escritores: Castillo, Constantini, la excelente Liliana Heker.
Hace cinco años, en el primero de mi trabajo en este Taller de la Dirección de Cultura, leímos en clase un texto de Haroldo: "Balada del Alamo Carolina". Presintiendo, tal vez, el fin, esto es lo que coloca como "copete" de su cuento:
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Ciruelo de mi puerta,
Si no volviese yo,
la primavera siempre
volverá. Tú, florece.
(Anónimo Japonés)
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El álamo de Conti todavía existe, de la misma manera que perdura en nosotros, su memoria. Les regalo su primer párrafo:

"Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo."

De los trabajos escritos por los integrantes del Taller en aquel año, en la Casa Rosada con ventanas que ven el río, he elegido el que mejor transmite lo que Haroldo sentía por su álamo, su pueblo, su gente y la que fue su lucha por mejorar este pobre planeta en que vivimos.
En su nombre, entonces, leámoslo juntos y reflexionemos.
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La secuoya, por Irene Fassi
Soñó que crecía regada por las lluvias de primavera. Que se erguía, apuntando al cielo y dejaba atrás la tierra y la hierba. Soñó que la savia corría tumultuosa por entre sus ramas. Que nacían retoños y de ellos yemas y hojas. Cada vez más alta y vigorosa, los años de la tierra se marcaban en sus anillos.
Generaciones de pájaros se sucedieron sobre sus ramas. Los soñó a todos en detalle, con sus trinos y colores. Soñó un mundo verde donde ella era la reina. Durante mil años sonó, hasta que el sonido de un trueno perturbó su sueño. Despertó lentamente, como había crecido, y se encontró sola, última de su especie, única de cualquier especie, en un mundo seco, polvoriento, quemado. Rodeada de aire sulfuroso y caliente, deseó poder seguir soñando, pero supo que era imposible. Ya no existía un mundo que soñar.
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La autora del artículo es Graciela Castellanos, quien coordina el taller de Iniciación a la Escritura Creativa los días jueves 15 a 16.30hs. en el Centro de Participación Cultural de la Costa. Irene Fassi es una de sus alumnas.
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