domingo, 5 de octubre de 2008

Cuentos de Película - Respiré Hondo y Toqué el Timbre

Comencé mi marcha por la senda que bordea el río, uno de los caminos que me llevaban a tu casa.
Mientras caminaba, recordaba como hace años, corría, bajaba y subía las cuestas, feliz, porque sabía que cuando llegara, estarías esperándome con el café caliente que me parecía delicioso.
Yo te llevaba esas baguettes que tanto te gustaban ¿lo recordás? Las compraba en un negocio que todavía sigue allí, con sus tortas enormes y sus ricos panes. Me decías que te hacían acordar a las baguettes de París que comprábamos por la noche y mordisqueábamos en el subte, y cuando llegábamos eternamente felices, mirábamos la otra orilla del Sena, tan lejano y demasiado azul.
¡Hay cosas tan curiosas entre dos personas que han vivido tan felices!
Me alejé de la senda y entré en la oscuridad. Comenzaba el otoño y las hojas de los árboles se amontonaban en las veredas. Yo las arrastraba con los pies, como una autómata; sólo pensaba que iba a verte. Iba a ser la última vez. Para siempre. Me hablaste y me dijiste que me tenías que pedir perdón y yo me preguntaba si en las personas que se habían amado tanto, existía esa palabra, "perdón". Crucé en la esquina y me paré, podía sentarme, esperar o fumar un cigarrillo. Sentía mi boca seca. Parecía una náufraga. Unos niños jugaban en la vereda y se oía el tintineo de los timbres de bicicletas.
Estaba exhausta, mareada y débil por la caminata. Sabía que después de vos ya nada sería igual. Iba a terminar un ciclo de mi vida, comenzaría el ciclo de los recuerdos.
Llegué a tu casa. Todavía el manzano silvestre que tanto nos gustaba, estaba en la entrada, aunque un tanto raquítico.
Respiré hondo y toqué el timbre, pero el timbre no sonó. Sin embardo desde adentro se abrió la puerta enseguida y en silencio me dirigí hacia donde yo sabía que estabas. Me paré frente a vos y nos miramos. No hubo palabras. Fue un minuto. Dirigí otra vez los pasos hacia la puerta de enfrente, el silencio puso final a nuestra vida juntos. Comencé mi retorno por la calle angosta, abroché el abrigo pues ya empezaba a soplar el viento del atardecer. Apresuré los pasos y llegaron las lágrimas, el sollozo y un nombre. Pensé, el perdón no existe entre los que se aman, Me gustaría acostarme a dormir, no despertarme hasta que el manzano vuelva a florecer.

Autor:
Cristina Nasute es de San Isidro. Asiste al taller literario de Santiago Espel, perteneciente a la Dirección de Cultura de Vicente López. Su teléfono es 4742-9102 y su mail loboo_glleonidenticos@hotmail.com
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