viernes, 1 de agosto de 2008

Cuentos de Película - Tarnagarsh

Ya hacía dos horas que se encontraba vagueando por la calle, sin nada que hacer, parecía ser otro verano aburrido en el que nada pasaría, no se revelaría ninguna verdad universal, nada de eso por lo que espero tanto tiempo por el tiempo libre.
Como las aventuras no aparecen de la nada decidió que seria hora de usar un poco de su imaginación y crear un mundo en cual poder vivir estos dos o tres meses que duraran sus vacaciones; pero solo no podría hacerlo, necesitaba compañía.
En su cabeza sonaban nombres de quienes podrían acompañarlo, pero todos los nombres que aparecían o se encontraban geográficamente muy lejanos, o ya tenían otras obligaciones, o solo intuía que lo mandarían a freír espárragos.
Igualmente todo es arriesgarse, se encontraba cerca de la casa de su mejor amigo de la infancia, aunque si bien sus caminos los habían distanciado, todavía algo podría quedar, algo de ese lazo mágico que es construido en la infancia.
Toco su timbre casi de memoria, esperó diez, veinte segundos. Cuando ya se estaba impacientando una voz conocida le preguntó:
- Hola que tal, ¿está Guido?
- Sí, ya le aviso.
- ¿Hola?
- ¿Qué tal, Guido? Acá Santiago, estaba formando un grupo para ir de de cacería por el dragón negro de Tarnagarsh, ¿querés sumarte?
- ¿Qué?
- Ir a cazar al dragón negro.
- No puedo es que justo estoy comiendo.
- Ok, no te hagas problema, pero cuando vuelva cubierto de gloria, oro y fama, no te quejes.
- No importa… chau, nos tenemos que juntar un día para un fútbol.
- Veo, tal vez este comiendo.
- Te llamo a las 5 de la tarde.
- A esa hora desayuno.
- Estás en esos días que es mejor perderte que encontrarte.
- Sobre todo si sos el dragón negro de Tarnagarsh.
- Jajaja, dale, si pasás por la morada de los duendes robadles un poco de tabaco blanco.
- No creo, es justo para el otro lado, pero te puedo traer cola de salamandra bordó, tiene el mismo efecto y en Tarnagarsh hay mucha.
- Dale, mi vieja te manda saludos.
- Dale los míos.
Y así nuestro héroe continuó solo su travesía, sabía que en Tarnagarsh encontraría resistencia pero solo la que él mismo generara. Lo bueno es que no habría enemigos inimaginables, lo malo es que no habría ninguna sorpresa. Caminó su sendero de iluminación paseando por lugares conocidos, intentando internarse en lo desconocido. Pero no lo pudo lograr. De golpe casi sin pensarlo, la tierra se volvió cada vez mas árida, el cielo celeste se tiñó de azufre, sus ojotas se transformaron en botas de cuero, sus bermudas se alargaron y le cubrieron todo el largo de sus piernas, una tela escamosa, como escamas de pescado o de alguna lagartija mágica de esas que pululan por los cuentos de hadas, su remera también cambió, no tanto en forma sino que se volvió de un material parecido al de sus pantalones, aunque de otro color, sus pantalones fueron de un beige pálido, su remera, de un rojo anaranjado, su bicicleta se transformó en un poderoso corcel, negro, que podría echar fuego por sus fosas nasales si él se lo permitiera.
Ya estaba en Tarnagarsh o al menos cerca de ella, pero estaba sin un grupo y lo más importante sin siquiera saber donde se encontraba la guarida del dragón, ni una estrategia para matarlo, pensándolo bien ni siquiera tenia armas. Pero eso no importaba, el haber llegado era un logro.
Cabalgaba y cabalgaba sin un rumbo fijo, cuando de pronto vio un grupo de bestias mitad hombres mitad mono acosando a una viejecilla. Eran tres. Se acercó a toda velocidad, en el camino arrancó una rama de árbol, que se transformo casi instantáneamente en una espada, completamente ornamentada con figuras de leones y ornitorrincos. Al verlo llegar con la cara completamente desencajada por al furia y blandiendo una espada, las bestias escaparon, corriendo, no sin antes proferir una maldición: - Ehh gato, te cree’ el rey Arturo vo’.
La anciana agradeció a nuestro héroe y le pidió si no podría escoltarla hasta su morada. El caballero de roja armadura aceptó gustosamente.
Otra vez todo volvió a ser normal, él estaba sentado en su bici, con ojotas, bermudas, una remera y una rama en su mano, acompañando a una vieja a su casa…
Ahora sigue buscando Tarnagarsh; está en su cabeza, sólo que no sabe donde está la puerta.
-
Autor:
Santiago Lavia. Su mail es memintieron@hotmail.com
free counters